sábado, 18 de agosto de 2012

Una de zombis...


un zombie cualquiera
"Les llamaban descabezados. También sonámbulos, hombres-espora o zombies... Antes habían sido obreros, profesores, camareros, abogados... amigos, hermanos, hijos o padres.

Ahora todos deambulaban por el agujero oscuro y demencial en que se había convertido el subsuelo de la ciudad: un peligroso laberinto cerrado, húmedo y pestilente; un pastiche histórico de túneles de metro, alcantarillado, refugios nucleares, viejas catacumbas… una especie de reflejo distorsionado de la caótica burla distópica que había llegado a ser la sociedad de la superficie. 

Los rebeldes se habían cansado de manifestarse disfrazados de Guy Fawkes y ahora ponían bombas enfundados en pasamontañas. Las nuevas fuerzas de seguridad vestían un extraño uniforme que indicaba su origen ecléctico y versatilidad: equipo antidisturbios, mascarillas y trajes de control biológico, escudos y fusiles de asalto. Hace tiempo que tenían bastante con intentar mantener el control de los barrios buenos. Ya antes de que aparecieran los descabezados, los túneles habían sido invadido por otros parias de la nueva sociedad: los vagabundos sin techo, los perseguidos renegados, los pandilleros, los locos… los olvidados. Ahora, la policía se contentaba con hacer incursiones subterráneas puntuales. Mientras tanto, se esforzaban por mantener en pie las barreras y cerradas las puertas de entrada. Sólo las abrían para lanzar las nuevas personas infectadas por el mal a las eufemísticas “zonas de cuarentena” . 

La enfermedad era altamente infecciosa desde su fase inicial. Empezaba con fiebre y un ligero hormigueo de las articulaciones. A las horas se ralentizaba la respiración, la fiebre aumentaba y sobrevenían los delirios, acompañados de un dolor extremo, fuertes espasmos musculares, movimientos involuntarios... Unos días después llegaba la ceguera, la sordera, la ataxia… una pérdida total de los sentidos y la incapacidad de comunicarse con el exterior. Antes de ser enviados al oscuro abismo del subsuelo, los contagiados ya se encontraban encarcelados en su propio cuerpo. Una total degeneración nerviosa que acababa con el cese de la actividad cerebral consciente; un coma profundo.

Después venía lo peor; a la parálisis completa le seguía el “despertar”: la fase sonámbula. El terror. El cerebro se mantenía en coma, inactivo, clínicamente muerto, pero por alguna extraña razón el cuerpo empezaba a sufrir de nuevo una serie de espasmos musculares. El corazón seguía bombeando sangre. Las piernas repentinamente sentían la necesidad de andar. El cuerpo del enfermo en coma se ponía de pie y se movía. Vaya si se movía. Sin dirección concreta, sin que pareciera buscar nada. Pero se movía. No parecía seguir ninguna orden del desactivado cerebro. Sólo un alocado deambular por la mera necesidad de moverse.

Pocas veces se llegaba a ese momento en la superficie. En los meses iniciales al primer brote de la enfermedad, los enfermos eran internados en áreas especiales de los hospitales, donde los sometían a múltiples análisis y tratamientos experimentales, pero ahora parecía que todo el mundo había tirado la toalla. La mayoría eran conducidos directamente a los túneles al aparecer los primeros síntomas. La eutanasia, duramente prohibida, se aplicaba clandestinamente por algunos médicos, siempre que lograran llegar a los infectados antes que la policía, pero la política era clara: cuarentena indefinida en el subsuelo de la ciudad, en la zona de exclusión donde nadie debía bajar y donde muy pocos se aventuraban a intentarlo. Los infectados eran tirados por el desagüe y se cerraba la tapa de la alcantarilla con doble cerrojo. No se les mataba, pero, de todas formas, muy poca gente quería tener cerca a un enfermo cuando llegaba la última fase. 

Los sonámbulos mantenían el corazón latiendo y los músculos de las piernas en funcionamiento, pero la comatosa e insensible cabeza sufría un proceso de degeneración anatómica. Literalmente, la perdían. La carne empezaba a necrosarse y se caía; pero los deambulantes tampoco aguantaban mucho con el cráneo desnudo. En un determinado momento, incluso éste desaparecía. Explotaba. Explotaba en una apoteosis del horror. Explotaba liberando esporas, esas malditas esporas que dictarían nuevas sentencias de muerte. Y el cuerpo, a pesar de todo, seguía caminando y dispersándolas. Hasta que no quedaban músculos para deambular.

Mientras se desarrollaba el macabro proceso de la enfermedad, el gobierno los aislaba en los túneles. Se mantenían supuestamente a la espera de que llegara una cura, pero en las oscuras entrañas de la ciudad se agolpaban personas en fase inicial con sonámbulos, muertos andantes, cuerpos activos coronados por cráneos desnudos, cuerpos sin cabeza… ¿Con qué razón? ¿por qué se empeñaban en mantener esos cuerpos? ¿Por qué no eliminarlos a todos y poner fin a la infección? La sociedad se hacía muchas preguntas y obtenía muy pocas respuestas. Las soluciones drásticas se defendían más enérgicamente cuando no tenías ningún miembro de tu familia caminando por el inframundo, pero estaba claro que el sistema no funcionaba. Algunas personas veían en esos campos de concentración subterráneos una especie de nuevo ataque a los más que pisoteados derechos civiles. No tardaron en aparecer grupúsculos de “amigos de los sonámbulos”. Algunos hacían sentadas frente a las bocas de metro y llevaban camisetas donde se podía leer “somos iguales a ti, salvo que no tenemos cabeza”. Otros grupos, menos ingenuos, más activos, seguramente más desesperados, hacían incursiones clandestinas al subsuelo, burlando la zona de exclusión y a los militares, buscando los túneles secretos donde se apiñaban los infectados. Algunos llevaban armas y un claro propósito de “limpieza”. Otros sólo buscaban respuestas. Ninguno solía volver. Se decía que había algo más que descabezados y vagabundos deambulando por aquellos túneles oscuros y húmedos.

Se sabía que la infección no era causada por ningún virus, sino por un hongo parásito complejo. Más tarde se descubriría que, como no podía ser de otra forma en un mundo que bien parecía sacado de un panfleto de teorías de la conspiración, el hongo fue inicialmente desarrollado por el gobierno como instrumento de control mental. Una solución más de despacho para las revueltas de las calles. Una prueba más de laboratorio que se fue de las manos." 

(extracto de un sueño)
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Últimamente tengo sueños raros. Aventuras surrealistas o complejas pesadillas con gremlins y zombies. Y a pesar de ser raros, al menos el último me hizo recordar algo, y pensar de nuevo que no hay sueño raro que no sea superado por la realidad. Se lo decía a mis alumnos: la biología es la ciencia de la vida, y por lo tanto de la excepción y de lo extraño. No hay nada más sobrenatural que la propia naturaleza, y hoy quiero poner un ejemplo de eso mismo. 


Lo sobrenatural en la naturaleza

Cordyceps es un género de hongos ascomicetos (esto es, el grupo más mayoritario de los hongos, que incluye desde levaduras, hasta líquenes u hongos macroscópicos) que tiene más de 400 especies descritas, siendo todas endoparásitos de plantas, animales u otros hongos. Entre éstas, son realmente curiosas las especies que parasitan insectos. Cordyceps unilateralis, por ejemplo, ataca hormigas y extiende su micelio por el interior del cuerpo de la pobre hormiga parasitada. Para que nos entendamos de nuevo, un micelio es el conjunto de hifas o filamentos de crecimiento continuo que forman realmente el “cuerpo” del hongo, y que en el caso de las setas se encuentra enterrado (siendo lo único que vemos la estructura reproductora aérea).

   


Bien, se que un hongo que se desarrolla en el interior de un cuerpo hospedador, y no bajo tierra, no parece una historia muy espectacular… pero sólo estoy empezando. La historia interesante viene ahora, tiene que ver con la imagen superior, y se resume diciendo que el señor C. unilateralis no se conforma con ocupar el espacio interno de la hormiga, no, sino que toma control de su sistema nervioso para aprovecharlo en su favor. Es decir, “zombifica” a la hormiga, si nos retrotraemos al significado original haitiano del término (del que hablaré un poco más adelante). 
La hormiga deja de ser hormiga para pasar a ser un cuerpo esclavo del hongo, que la “fuerza” a subir a una planta y clavarse en algún tallo, hábitat por otro lado adecuado para garantizar unas buenas condiciones de temperatura, aireación y humedad que permitan que el hongo termine su desarrollo, mate completamente a la hormiga y fructifique en forma de pequeñas setas que atraviesan el cadáver del zombi. Y, ahora, mirad el vídeo del señor Attenborough: 



Por cierto, que actualmente se está estudiando usar esos hongos como forma de control biológico de plagas. No es una idea muy descabellada, pero sí altamente retorcida: controlar un hongo que a su vez controla una hormiga. Doble zombificación. Y es que, como he dicho, los zombis originalmente no eran monstruos hambrientos de carne humana, sino personas sujetas al control de otras. Esclavos sin voluntad marginados de la sociedad por un hechizo y sometidos a una penosa existencia que empezaba con un envenenamiento y una muerte aparente. O al menos así se piensa que ocurría en Haití, cuna del vudú y de todo el folklore zombie que se ha desarrollado hasta nuestros días. 

"Yo anduve con un zombi", y no veas cómo le olía el aliento a pescao...

Wade Davis es un etnobotánico y antropólogo que en los años 70 y 80 desarrolló una interesante investigación en Haití, fruto de la cual nació un libro (“La serpiente y el arcoíris”, o “El enigma Zombi” en España, que aún no he leído), y un documental con el mismo título, que se puede ver en youtube. El propósito de su estudio se centraba en llegar a la raíz del extraño temor a los zombis que existía en Haití; extraño en el sentido de que los haitianos no tienen miedo a los zombis, como podamos tener nosotros, sino más bien a convertirse en un zombi (el matiz puede parecer pequeño, pero es fundamental). Y las conclusiones de su estudio fueron tan curiosas como las siguientes: 

¡Cuidado! Las calaveras indican zona con toxina zombi
El proceso de zombificación era un castigo vudú por el cual la víctima ingería un “polvo zombi” en el que, entre otros ingredientes, se incluía un potente neurotóxico llamado tetradotoxina (o TTX). El TTX se encuentra, entre otros lugares, en el cuerpo del pez globo (el famoso “fugu” con el que se intoxica Homer en un episodio de los Simpson) y puede producir, incluso en pequeñas cantidades, un estado de muerte aparente por bloqueo de los canales de sodio celulares. Un estado de muerte aparente, que, por otra parte, se encuentra bien documentado históricamente desde la época de Cook (cuando varios de sus marineros sufrieron intoxicaciones graves por probar dicho pez tropical). La administración del TTX en el “polvo zombi”, podría producir, pues, según Davis, una muerte aparente de la víctima, que pasaría a ser considerado muerto a todos los efectos por sus familiares y amigos, y posiblemente sería enterrado. El "zombi" despertaría más tarde de la tumba, una vez se hubieran pasado los efectos agudos del envenenamiento y la parálisis, pero aún con una intoxicación importante en su cuerpo. En un terreno ya un poco más especulativo, dicha intoxicación podría tener unos efectos psicóticos de larga duración, base para que el “zombi” fuera un pelele incapaz de negarse a obedecer las órdenes de su amo (el hechicero vudú que le administraría la toxina y que además "mágicamente" le habría devuelto a la vida). De nuevo, un fenómeno real detrás de una historia fantástica. 


Pasadlo bien y acercaros si queréis a los zombis, pero nunca os acerquéis a ser zombies ;-)


PD: Aquí tenéis más información sobre los zombis y Wade Davis… http://zombi-blogia.blogspot.com.es/2009/12/entrevista-wade-davis-en-zombiemania.html

2 comentarios:

  1. Los hongos es que son muy suyos :P

    Tienen a mucha gente engañada, que se piensan que son vegetales, pero en realidad están más próximos a los animales, ahí es nada.

    Vaya cosas raras sueñas xD

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  2. esta noo la leo que los zombis me dan yuyu :P

    pd: odio los captchas xq no los veo bien y hoy me he dejado las gafas en el curro

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