martes, 7 de agosto de 2012

Hogar

paisaje con historia

Si digo que en esta imagen hay una historia, tendréis que mirar más allá del río color chicle de fresa. Más allá del  zorro con pompón, del peral extraño. Más allá del vallado y de la pradera verdebrillante... porque la historia tampoco está en las liebres de las nieves que corren sobre ella.


La historia esta vez está en la casa.


Muchas historias de tiempos modernos comienzan con una escenografía de lugares bastante convencionales, a priori con poca magia. No me refiero ahora a la casa de la imagen, no. Me refiero a cualquier barra de cualquier bar, o lo que parecería cualquier bar, a cualquier esquina de lo que antes parecería una calle cualquiera, o a cualquiera de esas edificaciones del mundo actual que nada tienen que ver con ríos, zorros o paisajes.

Una de las cosas que hacen ahora las parejas que empiezan a vivir juntas es ir al Ikea. Es una especie de rito iniciático de inauguración de convivencia, de eso que se llaman “planes serios”, supongo que porque se hacen conjuntamente, y no puede haber nada más serio que algo en lo que se ponen de acuerdo dos personas diferentes. Está claro que para crear un hogar conjunto hay que decorarlo también de forma conjunta, incluso aunque el hogar sea más parecido a una ilusión futura que a una casa propia con perales en el jardín.
Nosotros no teníamos piso, tan sólo una habitación en un lugar muy compartido, muy transitado y ocupado por otras personas. Pero era un rincón donde convivir y soñar en las alturas. Así que bien podía ser también un rincón para decorar. Y con la ilusión de una casa y la impetuosidad de la alegría por un rincón compartido inesperado nos fuimos al Ikea.

La gente normal habría pasado de largo o se habría frotado los ojos ante tal colorido derroche de dibujos infantiles. Pero a nosotros nos gustaron las cortinas. Tal vez porque tenían una casa en el campo. Y un zorro que llevaba un gorro con pompón (¿quién no admiraría algo así?). Además, nos fijamos los dos en esas cortinas, sólo en esas, y nos importaron de repente mucho. Más que el rústico cabecero de cama. Más incluso que la lámpara de flores y la alfombra de falsa hierba. No sería una casa en el campo, sino que era tan solo una habitación en un piso en la capital… pero tendríamos unas cortinas que nos recordarían un sueño. Las de la imagen.






He contado el principio de la historia, como ayer, porque siempre es lo que mejor podemos contar, y porque creo que a las cortinas de la casa y el zorro les queda mucha historia. Baste decir que toda historia que empieza tiene que desarrollar luego también sus partes tristes, sus partes de intriga y sus partes de mucho, muchísimo miedo, antes de llegar al final donde los buenos ríen, los tontos lloran y los malos desaparecen.
Ahora las cortinas no adornan ningún rincón compartido, sino que esperan a 5 horas de distancia de este ordenador desde el que escribo (y, sí, muchos lo pensáis: he vuelto a escribir porque ya no puedo jugar entre cortinas). El zorro, las liebres, el río, el peral y la casa aguardan encerrados en una caja hasta que algún día, en algún momento, puedan volver a colgarse.
Entonces, en ese preciso momento, sabré que habré recuperado el hogar. Y ese día será el más feliz de mi vida hasta entonces. No tengo ninguna duda.

Mientras tanto, no queda más que batirnos. Luchar hasta que, como dijo Cyrano, podamos ponernos por sombrero el universo. A veces se empieza con cosas tan tontas como unas cortinas...

1 comentario:

  1. Pronto podréis volver a colgar vuestras cortinas, ya lo verás ;). Todo llega, los finales felices también ^^.

    ResponderEliminar